febrero 17, 2011

Soy mía!

Recorro la playa atardecida juntando caracoles de diversas formas. 
El oleaje azul de esta pequeña bahía arrullada rítmicamente, con sonido de mar y de paloma, borrando voces, ruidos, inquietudes.
Es como una canción de cuna y despedida. Es como la música de una cajita en donde guardamos la infancia junto con el primer deslumbramiento y el último amor.
Me gusta haberme quedado sola y hasta esta hora en que el sol, aplacado y entregado no hace daño a la piel, y a los ojos. 
Unas gaviotas sobrevuelan los barquitos anclados en el puerto.
Enero terminó, tibio y ventoso.
Ahora refresca por las noches  y mi frazada tiene resto de olor a naftalina.
Amo el mar.
Amo estas rocas ennegrecidas de musgo y mejillones.
Amo esa nubecita rosa que pasa rápida como la vela inflada de una tabla de windsurf. Y amo estos momentos en que me desconecto de todo y soy apenas un montoncito más de arena, apenas un reflejo en el agua, apenas un vacío que nada tiene y nada espera.
Todos los dolores y los sufrimientos se borran como borra el mar las huellas de pisadas en la orilla.
Sin pensamiento, soy igual a una niña pequeñita que juega con su balde y no quiere regresar a la casa.
Un velerito anclado después de un largo viaje soy, ya sin cansancio, meciéndose dulcemente.
Soy una red llena de peces.
Soy una transparencia que nadie ve.
Soy una prolongación de la hora clara y las verdes algas resbaladizas que se enredan en mis pies.
Si quiero floto en el aire liviano.
Si quiero me hundo en el mar.
Que bello me parece ser dueña de mí misma, no responder preguntas ni tener necesidad de preguntar. Aceptar lo que hay en mí ahora, no comparar, no programar, no hacer proyectos.
No sentir en mis hombros la responsabilidad de toda la gente que depende de mí, que espera de mí con total seguridad de recibir lo que me obligo a darle.
Para eso he crecido.
Para tensar el arco de dispararme, flecha siempre dispuesta, loba de cacería, ala batiendo vuelo.
Para eso he edificado en mí una fortaleza que defiende a sus habitantes, los cobija y alberga en grises tormentas y en afelpados días.
Ahora aquí en la bahía azul, me desmadejo. Suelto los hilos, me desarmo.
Soy un rompecabezas con las piezas al viento, y no importa si al unirse las piezas lo que se forma es un árbol, una mesa, una mujer, un pájaro, una calle desierta, un farol encendido, una rosa, una plaza.
Desarmada.
Suelta.
Floja.
Blanda.
Despierta.
Son los cinco sentidos explorando este breve milagro de libertad.
Soy mía. 
Por un momento me pertenezco.
Islita separada del resto del mundo.
Me dedico este mar, esta serena, benevolente tarde, esta franja de paz que nada turba. 
No llamo.
No me llaman.
Me tiendo alegremente bajo unas gotas frías de repentina lluvia. Es esa nubecita rosada que se rompió, ya oscura, ya pesada y cargada como gruesa dama encinta que está pariendo estos diamantes.
Atrás, cayendo por el cerro lejano, el sol dibuja un arcoiris enorme.
¿Cuántos años hacía que no veía un arcoiris? 
¿Cinco, diez?
No me acuerdo.
Tampoco me acordaba de que existía el arcoiris.
Y hay uno hoy.
Y es mío. 
Con sus colores increíbles y su forma perfecta.
Una entrada misteriosa a no sé qué universo fantástico.
La llave de un cofre de piratas en el que se esconden tesoros increíbles. 
Hay uno hoy, un arcoiris. Y es mío.
No tengo que mostrarlo.
No tengo que contarlo.
No tengo que darle un pedacito a otros ojos, a otra curiosidad.
Soy una niña angurrienta con un enorme paquete de caramelos, esa niña se los come sola, no convida aunque los otros chicos le griten: "tiene un sapo en la barriga, el que come y no convida tiene un sapo en la barriga".
No convido esta tarde.
No convido este momento.
Aunque un millón de sapos salten en mi barriga.
La pasajera lluviecita ha aquietado la arena que bailaba en el viento creciente, la cosió con puntadas de plata en la costa.
El arcoiris se fue esfumando hasta desaparecer. 
Sigo recogiendo caracoles.
Ya no tengo donde guardarlos.
Pero sigo juntando, y los pongo en un hueco de la roca. Me digo que mañana volveré a recogerlos, y al mismo tiempo sé que no lo haré, que los caracoles que no pueda llevar ahora quedarán en el hueco hasta que el agua los sumerja nuevamente.
Así hacemos con todo.
Ahora me causa gracia, pero no es tan gracioso. Juntamos más que lo que nuestras manos pueden transportar. Nos parece muy poco lo que cabe en nuestro corazón.
Queremos tanto, que todo nos parece poco.
Nacemos desnudos y libres y nos vamos llenando de deseos, de complicaciones, de obligaciones.
¿Qué quedó de mi primera desnudez?
¿Qué quedó de mi primitiva sabiduría?
Crecí.
Me fui volviendo cada vez más torpe y más inválida.
Fui perdiendo el instinto de la felicidad.
Y adquirí el instinto de la defensa, de la supervivencia entre los lobos.
No tengo nada que un pájaro me envidie.
Nada tengo que una hormiga diminuta me envidie.
Y en cambio yo le tengo envidia al pájaro, a la hormiga, al jazmincito de diciembre, al álamo, a la medusa transparente.
Enero terminó, tibio y ventoso este año.
Dentro de unos días dejaré este lugar para regresar a la cuidad ruidosa.
Volveré a las preguntar y respuestas.
Volveré a los letreros de colores, a los bocinazos, a  las multitudes solitarias, a los programas de televisión. 
Seré otra vez la espera y el cansancio.
Seré otra vez la lucha, el desencanto, una que otra esperanza chiquitita que me haga temblar.
Seré la búsqueda, la frustración, las dos de la mañana con insomnio, los recuerdos repitiéndose en un girar sinfín, ojos abiertos en la oscuridad y tibias manos lacias sin el necesario contacto de otras manos.
Nada quedará de esta muchacha que hoy se sintió eso: una muchacha fresca, alegre, dueña de tesoros incomparables, invalorables.
¿En dónde habrán quedado las gaviotas sobrevolando, los barquitos anclados en el puerto?
¿En dónde el hondo azul de la bahía?
¿Y el sonido mojado de esta tarde?
¿Y este total sentir por sentir?
Esta paz, esta desmadejada recorrida sin presiones ni prisiones, ¿en dónde? .
Para tener la prueba de que existió esta tarde, de que volé gaviota y me bañe medusa, me llevo estos caracoles.
Cuando los ponga, allá, sobre la tierra del macetón del ficus, no serán solamente caracoles.
Serán esta hora.
Serán esta sensación.
Serán esta huida, breve, maravillosa.
¿irrepetible? en la que fuimos yo y el arcoiris.

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